Un gran paso hacia el desarrollo de una nueva inteligencia es ser conscientes de que el mundo que vemos no es real. Nada de lo que observamos, de lo que escuchamos y de lo que percibimos es real. No lo es porque está filtrado e interpretado a través de nuestros sentidos. Debemos ser conscientes de que nuestras emociones solo responden a nuestra interpretación de esa realidad. Hay ocasiones en las que nos podemos sentir en un callejón sin salida, completamente convencidos de estar en un gran problema y sin opción alguna, cuando esto sucede es porque nuestro cerebro nos engaña, fabrica emociones a partir de historias que teje en presencia de elementos amenazantes o seductores, nuestra mente asume cosas, interpreta partes inconclusas de la información y saca conclusiones rápidamente para confirmar la historia que hemos creado, proyecta nuestro futuro completando la información faltante con información del presente y nos lo muestra con tal vehemencia que nos lo creemos.
Por eso para proyectarnos a futuro y visualizarnos en unos años, de manera más eficaz, es indispensable adquirir coherencia interior, donde no se trata tanto de decir lo correcto a la persona correcta, en el momento correcto y de la manera correcta, sino más bien de que lo que piense, lo que sienta, lo que diga y lo que haga estén en coherencia. Y esto acarrea una gran diferencia. No es lo mismo entrenarnos para controlar nuestras emociones y pensamientos para poder expresar algo de manera más adecuada y respetuosa; que trascender la emoción inmediata y los juicios para expresar lo que verdaderamente pienso y siento. Por ejemplo, si se trasciende la emoción de no sentirse reconocido, se puede descubrir de fondo la emoción de no sentirse lo suficientemente bueno y en ese momento podemos tomar responsabilidad de lo que nos pasa y dejar de proyectarla en el exterior, victimizándonos.
La realidad se forma en nuestro cerebro, todo se forma ahí dentro. Espacios, olores, frío, calor, personas, distancia, tristeza, alegría... todo está en la cabeza, y lo de fuera podría ser absolutamente diferente a lo que percibimos, el mundo sólo está dentro de nosotros. Las condiciones son las mismas, pero la subjetividad es diferente, todo momento negativo o positivo, más o menos intenso, es en definitiva una interpretación subjetiva nuestra. Por lo tanto, entre más auto-consciencia tengamos menos tendremos que controlar o administrar.
Comprendiendo Nuestras Emociones
Hacia fines del siglo XIX Charles Darwin, William James y Sigmund Freud, plasmaron extensos escritos acerca de diferentes aspectos de la emoción, otorgándole un lugar privilegiado en el discurso científico. Durante la mayor parte del siglo XX el laboratorio desconfió de la emoción. Se decía que era demasiado subjetiva, esquiva y vaga. Se la juzgó como antagónica a la razón, considerada la habilidad humana por antonomasia e independiente de la emoción. La ciencia del siglo XX esquivó el cuerpo y mudó la emoción al cerebro, pero la relegó a los estratos neurales más bajos, asociados con ancestros que nadie respetaba. En ese momento, no sólo la emoción era irracional, incluso estudiarla tal vez fuera irracional. Tardamos muchísimos años para que las ciencias cognoscitivas y la neurociencia aceptaran la emoción como un elemento determinante e igualmente importante a la lógica.
Las evidencias científicas lo confirman. La psicóloga y especialista en neurociencia y desarrollo humano Mary Helen Immordino-Yang, quien estudió las bases fisiológicas, psicológicas y neuronales de las emociones sociales, la autoconsciencia y la cultura, afirma que las emociones son extremadamente importantes en la toma de decisiones porque tienen un componente primordial para determinar si la situación implica un riesgo o si podemos estar en peligro. Ella Plantea incluso que la reducción selectiva de la emoción hará que las decisiones que tomemos sean mucho peores, y lo respalda con estudios realizados a pacientes con daño cerebral en áreas donde han disociado las emociones de la toma de decisiones y esto ha llevado a los pacientes a tener trastornos psicopáticos, dañando significativamente su capacidad de tomar decisiones eficientemente. Por consiguiente, el objetivo no es reprimir nuestras emociones ni tratar de controlarlas sino acogerlas con una actitud de observación, tratando de entender su causa y estando atentos a ese flujo de emociones a medida que las vamos experimentando para entender su origen y poder tomar decisiones más coherentes con nuestro verdadero yo.
La evidencia neurológica demuestra que la ausencia de emociones es un problema. Las emociones están íntimamente relacionadas con la estabilidad y coherencia a la hora de tomar decisiones, donde la razón termina siendo casi la secretaria de las intuiciones y las emociones, pues la razón solo toma la última revisión para asegurarse que hace sentido. “Es literalmente neurobiológicamente imposible construir memorias, tener pensamientos complejos o tomar decisiones significativas sin emoción… solo pensamos acerca de aquello que nos importa.” Mary Helen Immordino-Yang, from her book, Emotions, Learning and the Brain (p. 8)
Las emociones, desde el punto de vista biológico, tienen un origen justamente en la conservación de nuestra supervivencia, en un inicio adquirimos la capacidad de retener y conservar representaciones visuales básicas de nuestro alrededor, y paulatinamente fuimos grabando en nuestra mente una afluencia de imágenes, que luego llegarían a conformar escenarios específicos. Posteriormente clasificamos dando prioridad a ciertos escenarios, de acuerdo a su utilidad; entre más se repetían en nuestra vida cotidiana, más fácilmente los recordábamos y entre más tuvieren que ver con nuestra supervivencia como especie, adquirían mayor importancia en nuestra memoria y labor para perfeccionarlos. Esto nos diferenciaría de los animales, porque aprendimos pronto que podíamos sobrevivir al comparar, diferenciar y elegir qué hacer en cada escenario, sin tener que modificar drásticamente nuestro cuerpo físico como si lo hacían otras especies.
Así fuimos aumentando nuestro volumen cerebral a medida que almacenábamos más y más escenarios en nuestra experiencia de vida, hasta que llegó un punto en que descubrimos un atajo en la ecuación; nos dimos cuenta que en ciertas situaciones no necesitábamos decidir, sino sencillamente actuar. Este simple atajo hizo que en la actualidad, cuando estamos frente a un animal salvaje o cuando estamos frente a un peligro inminente no pensemos ni compararemos, sino que actuemos. Nuestro cuerpo desarrolló el sistema nervioso y almacenó estos escenarios en el inconsciente, de tal forma que estas decisiones pasaron a ser nuestros instintos, reflejos y emociones.
De aquí nacen nuestras cinco emociones básicas y su objetivo llamado MATEA según la Psicología Gestal:
• Miedo: el objetivo es la protección y el cuidado.
• Afecto: el objetivo es la vinculación, la conexión.
• Tristeza: el objetivo es el retiro. Cuando sentimos tristeza nuestro organismo nos está diciendo "retírate de ahí y vuelve a estar contigo".
• Enojo: el objetivo es la defensa.
• Alegría: su objetivo es la vivificación. Viene a ser la batería de nuestra existencia.
Si enumeras estas emociones de uno a cinco según la dificultad que tienen para ti, siendo 1 menos dificultad y 5 mayor dificultad para experimentarlas, encontraras las áreas en las que debes trabajar.
Ejemplo:
M (iedo) 1
A (fecto) 2
T (risteza) 4
E (nojo) 3
A (legría) 5
Las emociones que enumeres con 4 y 5 son las áreas a trabajar porque significarían lo siguiente:
M (iedo) Me cuesta trabajo protegerme.
A (fecto) Me cuesta trabajo vincularme.
T (risteza) Me cuesta trabajo estar a solas conmigo.
E (nojo) Me cuesta trabajo poner límites.
A (legría) Me cuesta trabajo la energía y vitalidad.