Mi Amante Sagrado

La luz del sol por la mañana temprano era el momento oportuno para practicar yoga y meditación. El sonido de las olas rompiendo suavemente en la orilla facilitaba el sosiego de mi mente que me acompañaría durante el resto del día. Chester iba a la playa casi todas las mañanas a la misma hora para practicar tai chi debajo del pabellón del club de playa del que éramos miembros. Si bien estábamos haciendo la misma rutina al mismo tiempo, todavía no habíamos conectado. Fue después de habernos conocido que caí en la cuenta de que estábamos visualizando con anticipación nuestro encuentro. Había una atracción de energías que iban cerrando el espacio entre los dos, para que así pudiéramos conocernos finalmente. Era por la mañana temprano, y el sol empezaba a asomar por el horizonte del lado este del océano. Era una mañana fresca y un poco ventosa, más bien fresca para esa época del mes de marzo. Era una semana antes de que la primavera llegara, y sorprendentemente se sentía fría. Tenía puestos un par de pantalones cortos, un sombrero, gafas de sol y una toalla a los hombros. Pasé por el pabellón y Chester ya estaba practicando tai chi. Traté de no interrumpirle y con voz baja dije, “¡Buenos días!” “¡Buenos días!” respondió él con una voz suave pero grave. Rápidamente me quité las zapatillas de playa y las dejé al lado de la pared que estaba detrás de la arena donde la gente normalmente las dejaba, creando una línea de zapatillas de playa. Me sentí apurada porque una energía estaba inexplicablemente tirando de mí hacia Chester. No quería entablar una conversación. A parte de eso, no era el momento adecuado porque él estaba en medio de su rutina matinal. Pero como hacía frío, sentí constantemente el deseo de irme a casa. Mi toalla no era lo suficientemente grande para mantenerme caliente, y la brisa empezó a soplar más fuerte, haciéndome tiritar. Quince minutos pasaron mientras esperaba que los rayos del sol despuntaran por encima de la línea del agua, pensando que me ayudaría a entrar en calor. Miré a mis dedos de los pies, y estaban de color azul. Me levanté y empecé a caminar de vuelta al pabellón cuando me di cuenta que Chester estaba todavía allí. A estas alturas, había decidido irme cuando de repente él me preguntó, “¿Te vas ya?, ¡acabas de llegar!, ¡¿cómo es eso?!