PREFACIO
Deseo con todo mi Ser transmitir lo que experimenté a cada ser humano sin importar raza, nacionalidad, religión o credo. Fue algo tan inmenso que me sobrepasó, incluso creí que había muerto, perdí la realidad al punto de que se me hospitalizó. Hablo de un inmenso Amor de Unidad. Un Amor que lo abarca todo, que está en todo, que te hace confirmar que todo es un continuo, que no hay fronteras, que estamos conectados todos y con todo. Es indescriptible porque no es solo un sentimiento, emoción o pensamiento encerrados en un cuerpo; ya que no te sientes una persona aislada, sino que dejas de ser un individuo para convertirte en parte de un todo, o más bien dicho, no una parte, sino que eres y estás en todo; así como todos y todo lo demás también lo son y lo están. Es solo cuestión de darse cuenta. Es una certeza dada por el Alma conectada al Espíritu.
Esta vivencia te puede enloquecer, no sé por cuánto tiempo, mi mente lo estuvo por dos noches y tres días, tal vez porque no estaba preparada; tal vez era tanto mi egocentrismo que al verse desvanecido del todo y darme cuenta de que no hay un centro, todas mis percepciones se derrumbaron junto con los límites corporales y sensoriales. Aunque había logrado relajaciones profundas en las que dejas de sentir tu cuerpo por un momento y la verdadera meditación en la que finalmente la mente queda sin pensamientos, jamás había experimentado algo parecido, algo tan sublime que cuando el pensamiento regresó, solo pudo concluir que ya había muerto y estaba en lo que algunas religiones describen como cielo o nirvana. Es una liberación corporal y mental en la que solo eres. Eres cada ser, cada río, cada montaña, el viento que acaricia cada planta y a la vez cada planta que recibe esa caricia...
En este libro te describo en forma de novela cómo llegué a esto y lo que sucedió después. Lo he escrito como recordatorio hacia mí, para no volver a perderme debido al miedo; y también para ti, porque sentí el gran Amor de tu Ser […]
No es algo extraordinario que la Divinidad nos hable, lo extraordinario es escucharla. De modo que no estoy en contra de religión alguna, si te acerca al Verdadero Amor, adelante. En lugar de ir en contra de las cosas e ideas, voy en pro del Amor, la Paz, la Felicidad y la Plenitud. Es por esto que te deseo que dejes de identificarte; tu nacionalidad, profesión, género, ideologías, prejuicios, condición socioeconómica, tono de piel... todo eso es cosa de la mente.
Solo sé.
EXTRACTO DEL CAPITULO III
- ¿Usted esta viviendo siempre lo que llama verdad o iluminación? – preguntó la joven, quien consideraba bastante sabio a ese gran hombre.
Atum esbozó una gran sonrisa y sus ojos irradiaron más brillo del habitual. Después de respirar profundamente, contestó:
- Vivo alerta recordándome constantemente vivir el presente, es decir, vivir con la consciencia despierta, ya que no es tan fácil permanecer todo el tiempo en ese estado.
- ¿Y cómo lo logró? – preguntó Jade incorporándose hacia Atum y abriendo aún más lo ojos - ¿Fue gracias a sus viajes como comerciante?
- Sí fue gracias a mis viajes, pero no como comerciante, sino como seguidor de mi propósito sobre encontrar la Verdad.
- No entiendo, ¿a qué se refiere? - inquirió Jade, bastante interesada en conocer la historia del misterioso anciano.
- Mis antecesores y yo nos hemos dedicado a la búsqueda de veinte pergaminos que, junto con el que nos fue heredado, conforman los veintiún principios del Códice de la Verdad, llamado también Códice IN’LAKESH. Este texto antiguo y sus instrucciones traspasadas oralmente son como el mapa y la llave de un tesoro, uno que contiene la comprensión de grandes misterios. El mapa son los principios enseñados por escrito; la llave, las prácticas pasadas a través de generaciones; y el tesoro, la revelación del gran arcano que lleva a vislumbrar la Iluminación. Este códice estaba en Egipto, en manos de un hombre virtuoso alrededor del año 2017 a.C. Él los enseñaba a su pueblo, mas pocos lo comprendían. Le preguntaban que si de dónde provenían, y el contestaba que de una civilización a la que llamaba “los antepasados”, o en otras ocasiones “el pueblo elegido por Dios”. Sin embargo, no se refería a sus ancestros, sino a una civilización de tierras muy lejanas que vivía en la misma época. Pero en el siglo XVII a.C. Egipto atravesó por una invasión extranjera. Los hicsos, un pueblo proveniente del cercano Oriente, llegaron a dominar las tierras y nombraron a su propio rey. De manera que el sabio que poseía el códice decidió dividirlo, confiando un pergamino a cada uno de sus veintiún hijos. Sabía que algún día se volvería a reintegrar el códice, o al menos los conocimientos que lo conforman, pero sería en el momento preciso. La raza humana no estaba preparada para ese conocimiento; primero deberían pasar por muchas experiencias dolorosas para poder comprender el significado de estos Principios. Si se daban a conocer en ese momento, podrían destruir el códice o tergiversarlo, transformando sus enseñanzas en algo muy diferente. Así, cada uno de estos hombres y mujeres debían tomar caminos distintos para protegerlo. Yo soy del linaje del hijo mayor, a quien además de dársele el primer pergamino también se le dio el epítome inicial, ya que sería a su estirpe a la que se le encomendaría la tarea de la búsqueda sucesiva. De esta manera mis ancestros y yo hemos recolectado ya casi todos, sólo faltan tres... Mi querida Jade, ya esta demasiada entrada la noche y ambos nos levantamos temprano.
- Pero... - titubeó Jade
- No comas ansias – sonrió el anciano – Todo llega a su tiempo. Hasta mañana hija, que descanses.
Jade estaba boquiabierta, casi sin respirar, apenas contestó el “hasta mañana” de forma automática, todavía enormemente sorprendida de la historia que le comenzaba a relatar Atum.